Los últimos grandes avances en el campo de la inteligencia artificial se inspiran en el cerebro.
Pero su objetivo no es imitarnos, sino superarnos en ciertas cosas
Si la inteligencia artificial persiguiera imitar el funcionamiento del cerebro humano,
se enfrentaría a un escollo formidable: que aún no sabemos cómo
funciona el cerebro humano. Pero ni el objetivo de esta tecnología
vigorosa es solo ese, ni la estrategia de imitar al cerebro tiene que
esperar a que lo entendamos todo sobre ese órgano fabuloso que llevamos
dentro del cráneo. Incluso con el conocimiento fragmentario que tenemos
sobre él, nuestro cerebro está sirviendo como una fuente de inspiración muy eficaz para los ingenieros, los científicos de la computación y los expertos en robótica. Y los resultados ya nos rodean por entero.
Como un pasajero asomado a la borda de
un transatlántico, pasamos el día viajando sobre una maquinaria
prodigiosa de la que entendemos muy poca cosa. El sistema de reconocimiento de voz con el que podemos hablar a Google es inteligencia artificial (AI, en sus siglas en inglés), como lo es ese circulito que identifica las caras de tus primas cuando vas a hacerles una foto. Que sean AI quiere decir que nadie ha programado allí tu voz ni la cara de tu prima, sino que el sistema aprende a reconocerlas a partir de la experiencia, como hace nuestro cerebro con la realidad impredecible de ahí fuera.
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