Aquí se tratará de la muerte de los
mitos, no en el tiempo sino en el espacio. Se sabe, en efecto, que los
mitos se transforman. Estas transformaciones que se operan de una
variante a otra de un mismo mito, de un mito a otro mito, de una
sociedad a otra sociedad para los mismos mitos o para mitos diferentes,
afectan ora la armadura, ora el código, ora el mensaje del mito, pero
sin que éste deje de existir como tal; respetan así una suerte de
principio de conservación de la materia mítica, en los términos del cual
de todo mito podría siempre salir otro mito.
No obstante, ocurre a veces que en el curso de este proceso la integridad de la fórmula primitiva se altera. Entonces esta fórmula degenera o progresa, como se quiera, más acá o más allá de la etapa en que los caracteres distintivos del mito siguen siendo reconocibles, y donde éste conserva lo que, en el lenguaje de los músicos, se llamaría su carrure. En tales casos, ¿en qué, pues, se transforma el mito? Esto es lo que nos proponemos examinar aquí en un ejemplo.
Con sus vecinos meridionales Sahaptin, los pueblos de la familia lingüística salish ocupaban, en la época histórica, un área prácticamente continua que se extendía de las montañas Rocosas al océano Pacífico, cubriendo en términos generales las cuencas de los ríos Columbia al sur y Fraser al norte. En este vasto territorio se recogieron las variantes numerosas de un conjunto mítico organizado en torno a la historia de un vejete pobre, enfermo y despreciado, generalmente llamado Lince. Por astucia, fecunda a la hija del jefe del pueblo; en vano se interrogan a propósito de aquel embarazo incomprensible. Nace un niño que designa a Lince como su padre; los pueblerinos indignados abandonan a la pareja sin fuego y sin comida. Solo o ayudado por su mujer, Lince recupera su naturaleza verdadera, que es la de un guapo joven y cazador experto. Gracias a él, la familia vive en la abundancia, en tanto que los del pueblo que se alejaron se mueren de hambre. Finalmente, se resignan a volver y piden perdón, que obtienen, junto con vituallas, quienes no se habían encarnizado demasiado maltratando y desfigurando al héroe.(2)
No obstante, ocurre a veces que en el curso de este proceso la integridad de la fórmula primitiva se altera. Entonces esta fórmula degenera o progresa, como se quiera, más acá o más allá de la etapa en que los caracteres distintivos del mito siguen siendo reconocibles, y donde éste conserva lo que, en el lenguaje de los músicos, se llamaría su carrure. En tales casos, ¿en qué, pues, se transforma el mito? Esto es lo que nos proponemos examinar aquí en un ejemplo.
Con sus vecinos meridionales Sahaptin, los pueblos de la familia lingüística salish ocupaban, en la época histórica, un área prácticamente continua que se extendía de las montañas Rocosas al océano Pacífico, cubriendo en términos generales las cuencas de los ríos Columbia al sur y Fraser al norte. En este vasto territorio se recogieron las variantes numerosas de un conjunto mítico organizado en torno a la historia de un vejete pobre, enfermo y despreciado, generalmente llamado Lince. Por astucia, fecunda a la hija del jefe del pueblo; en vano se interrogan a propósito de aquel embarazo incomprensible. Nace un niño que designa a Lince como su padre; los pueblerinos indignados abandonan a la pareja sin fuego y sin comida. Solo o ayudado por su mujer, Lince recupera su naturaleza verdadera, que es la de un guapo joven y cazador experto. Gracias a él, la familia vive en la abundancia, en tanto que los del pueblo que se alejaron se mueren de hambre. Finalmente, se resignan a volver y piden perdón, que obtienen, junto con vituallas, quienes no se habían encarnizado demasiado maltratando y desfigurando al héroe.(2)